LOS AMANTES DE TERUEL

Inicios

Esta historia está basada en un hecho real: mi encuentro con unas momias y un símbolo: las y el de los Amantes de Teruel. Lo primero fue lo segundo, es decir mi relación con unos personajes históricos o legendarios (entonces no podía definirlo) en la lejana adolescencia, una etapa propicia al romanticismo.
Los Amantes de Teruel eran la versión patria de un mito universal, el de Romeo y Julieta, los Amantes de Verona. Poco después supe que Boccaccio contaba una historia parecida en su ‘Decamerón’, y que había otras similares, casi todas citadas en obras de la literatura clásica, oriental y medieval. Mi encuentro con las momias turolenses fue muy posterior.
Tales historias, cuando tu propia cronología te somete a una ebullición sentimental de alto voltaje, te hacen interesarte, aunque sea por la vía literaria, en esa vivencia tan profunda del amor que llega hasta las últimas consecuencias: la trágica muerte de los protagonistas.
Yo cursé el bachillerato superior, incluido el raro y eficaz preuniversitario –el Preu– en Zaragoza, lo que me aproximaba territorialmente al tema de los Amantes. Lo he llamado raro porque era una novedad que en el programa hubiera solo temas monográficos, como ‘Plazas y provincias españolas en África’, en la asignatura de historia-geografía, o en la de literatura ‘Historia de las ideas estéticas en España’, de Marcelino Menéndez Pelayo. Creo que era un acierto porque de ese tronco salían ramas sustanciosas, como por ejemplo, en literatura, un estudio a fondo de la generación del 98, lo que inducía a la exploración personal y al aprendizaje de contextos.
Dejo esta subtrama, como tendré que hacer a menudo, para volver al tema de los Amantes. No es que profundizara en él, ni que me despertara Teruel una curiosidad particular, pero sí recuerdo mi primer paso por la ciudad a los 18 años, camino de Valencia, donde iba a iniciar mis estudios universitarios. En aquella ocasión el viaje fue en un autobús discrecional, no de línea, y no pude visitar nada porque no se detuvo en ella, aunque sí recuerdo haberla atravesado por la calle de San Francisco y el viaducto viejo; entonces no existía la circunvalación que se hizo años más tarde por la vega del Turia. Ese fue mi primer paso por el territorio donde había transcurrido aquella romántica historia de amor.

El siguiente fue en tren, a final de curso, en aquel lentísimo correo que partía de Valencia a las 8 de la mañana y llegaba a Zaragoza a las 8 de la tarde. Paraba en Teruel cinco o seis minutos, quizá siete y hasta diez. Estoy hablando de 1964. No imaginé entonces que algún día decidiría irme a vivir allí. Y mucho menos que, a partir de ese traslado, llegaría a saber algo sobre la otra vida de los Amantes y a participar en la ampliación de su conocimiento. Esto es lo que quiero contar.